Uno de los clásicos de este deporte es ver a Rafa Nadal brillar en la
segunda semana de Roland Garros y presenciar cómo termina ganando en
París.
Tras un inicio de torneo gris, el manacorense desempolvó su derecha, se
acordó de cómo se jugaba metido en la pista y se propuso retomar
sensaciones. Eso lo consiguió el día en el que cumplía 27 años. Una
jornada en la que el balear se regaló su partido más cómodo frente a un
rival que apenas le incomodó.
Su poder de resolución era demoledor. Sin llegar a su mejor versión
–tampoco le hizo falta-, los juegos caían con facilidad. La tranquilidad
era absoluta. Nishikori no inquietaba al español. No daba la impresión
de creérselo
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